Por tercera vez me presentó a este Congreso Nacional para agradecer al pueblo brasileño el voto de confianza que recibimos. Renuevo mi juramento de fidelidad a la Constitución de la República, junto al vicepresidente Geraldo Alckmin y los ministros que trabajarán con nosotros por Brasil.
Si estamos hoy aquí es gracias a la conciencia política de la sociedad brasileña y al frente democrático que formamos a lo largo de esta histórica campaña electoral.
La democracia fue la gran vencedora de esta elección, superando la mayor movilización de recursos públicos y privados jamás vista; las más violentas amenazas a la libertad de voto, la más abyecta campaña de mentiras y odio conspirada para manipular y avergonzar al electorado.
Nunca antes se habían malversado tanto los recursos del Estado en beneficio de un proyecto autoritario de poder. Nunca la máquina pública estuvo tan alejada de los controles republicanos. Los votantes nunca han estado tan limitados por el poder económico y las mentiras difundidas a escala industrial.
Pese a todo, prevaleció la decisión de las urnas, gracias a un sistema electoral reconocido internacionalmente por su eficacia en la captación y escrutinio de votos. La actitud valiente del Poder Judicial, en especial del Tribunal Superior Electoral, fue fundamental para hacer prevalecer la verdad de las encuestas sobre la violencia de sus detractores.
Señoras y señores de los Parlamentos,
Al regresar a este pleno de la Cámara de Diputados, donde participé en la Asamblea Constituyente de 1988, recuerdo con emoción los enfrentamientos que dimos aquí, democráticamente, para inscribir en la Constitución el más amplio conjunto de derechos sociales, individuales y colectivos, por beneficio de la población y de la soberanía nacional.
Hace 20 años, cuando fui elegido presidente por primera vez, junto con el también vicepresidente José Alencar, comencé mi discurso inaugural con la palabra “cambio”. El cambio que pretendíamos era simplemente implementar los preceptos constitucionales. Empezando por el derecho a una vida digna, sin hambre, con acceso al trabajo, a la salud ya la educación.
Dije, en esa ocasión, que la misión de mi vida se cumpliría cuando cada brasileño y brasileña pudiera comer tres comidas al día.