La Argentina se encuentra ante un punto de inflexión. Los puntos de quiebre en la historia de una Nación no son momentos de paz y tranquilidad, son momentos de dificultad y conflicto, donde todo parece cuesta arriba. Son momentos en donde el abismo se hace tan claro, que el cambio se convierte en una obligación, y en una urgencia. Y la conquista de esa dificultad ocurre porque quienes ocupan lugares de liderazgo tienen la valentía de ser más grande que ellos mismos, hacer a un lado los egoísmos y realizar sacrificios para emprender juntos un rumbo común. Así es como se escribe la historia grande de los países. 

No es la primera vez que después de años de guerras intestinas, representantes de los distintos confines del mapa político se reúnen para deponer las armas y encontrarse en torno a un nuevo orden. Esto ya nos pasó en mayo de 1853, cuando 24 convencionales en representación de las provincias unidas, se reunieron para sancionar nuestra primera Constitución, y darnos así una Ley común para todo el territorio nacional. Llevábamos más de 40 años de guerra; primero por la independencia, pero después habíamos caído en tres décadas interminables de guerra civil, donde nos habíamos matado a sablazos unos a otros. Estábamos al borde del abismo, al borde de desaparecer como Nación. Pero gracias a la visión y el coraje de aquellos líderes, y la convicción de los miles de hombres libres que lo siguieron, logramos adoptar una Carta Magna común. Establecer las bases sobre las que construiríamos el nuevo orden y constituirnos como Nación. Y lo hicimos tomando como faro las ideas liberales de nuestro máximo pensador nacional, Juan Bautista Alberdi, que nació en esta misma ciudad y cuyos restos yacen a pocas cuadras de aquí. Ese pergamino original de nuestra primera Constitución, con la firma de aquellos 24 convencionales, hoy está dispuesto en el salón de la jura, velando sobre el acta que firmarán los aquí presentes. Fue ese gesto patriótico de quienes depusieron las armas para convenir un proyecto de Nación, el puntapié inicial de un proceso asombroso, la erupción de la Argentina como un volcán, desde las profundidades del abismo hasta la altura de los cielos. Esa Constitución nos dio medio siglo de crecimiento y desarrollo económico, y como consecuencia de ese desarrollo económico, nos trajo desarrollo en todas las esferas de la actividad humana. Fue, sin lugar a dudas, la época dorada de nuestro país, que nos puso en la cima, codo a codo con las grandes naciones del mundo, y en la base de ese largo proceso, estuvimos siempre, inconmovible, un conjunto de principios, ideas y objetivos comunes.